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Conectando desde el ser

¿Cuáles son mis opciones?

"Ese pequeño espacio libre, que quedó en mi mente al dejar de pensar en mis propios tormentos fue trascendental".

Luego de mis primeras cuatro horas encerrado en el cuarto de mi abuelita Juanita era lógico que me preguntara: “¿Qué voy a hacer aquí tantos días?… El aburrimiento me va a matar antes de que este virus lo haga. ¿Cuáles son mis opciones hoy, mañana, pasado?”. No había forma de que dejase de pensar en el tormento de la mala señal del internet. Sabía que vendría y se iría una y otra vez…. Si al menos tuviese un Playstation para pasar el rato”. De inmediato, una precoz resignación nubló toda opción y sentenció: “Que más remedio me queda. Es lo que me toca. ¿Quién sabe por cuánto tiempo?”.

Complicando más la situación, o quizás como resultado a mi incontrolable decepción. Un susto me recorrió de arriba a abajo. Estaba convencido de que el tiempo se había detenido.

El viejo reloj de la pared roja no se movía. Lo que me obligó a mirarlo con incredulidad mezclada de rabia, más de una vez. –No puede ser que me haya quedado aquí sentado tanto tiempo y el minutero si acaso, habrá rotado unos escasos grados. Mis nalgas ya para ese momento exigían un cambio a gritos. Sin embargo, la posición me agradaba. Me ayudaba a encerrarme en mí mismo; lo que allanaba mi camino para ser yo, la mayor víctima de mi propio sufrimiento.

Ahí estaba… Sobre el suelo con mi espalda recostada en la helada estructura de hierro forjado de la cama. Así, podía abrazar a mis piernas y colocar mi cabeza sobre mis rocosas rodillas. Su desnudez me recordaba la cortada del domingo pasado. Por segundos, libere un poco la presión de mi espalda contra la estructura. Al dejarla al descubierto, me reí de mí mismo.

Pensé en lo que no veía, pero sí sentía. Los pequeños cuadrados de cabillas que soportan el viejo colchón de la abuela. Puede parecer extraño, pero al distanciarme de mi mismo y observarme desde lo gracioso que podía verse ese dibujo en mi espalda.

Sentí tranquilidad. Me gustó.

Recordé como me encantaba quedarme dormido en esa cama mientras mi abuela me cantaba. Sin duda alguna, sus canciones, eran un poco raras para dormir a un niño, pero las recuerdo con una sonrisa en el alma –Mambrú se fue a la guerra. Qué dolor. Qué dolor. Qué pena y no sé cuándo vendrá–.

Ese pequeño espacio libre, que quedó en mi mente al dejar de pensar en mis propios tormentos fue trascendental.

Enfrente de mis narices. Vi colores, creyones, tijeras y muchas hojas blancas. ¡Fui feliz!

Suspiré y me reclamé todo lo que antes me quejé.
Luego, volví a preguntar: “¿Cuáles son mis opciones?”.

¡Ilustrar, por supuesto! Esa es la respuesta a lo que había buscado sin entender. Aburrido en lo que creía que quería; solo hacía lo que otros me decían.

Ahora… el tiempo es mío.
Lo voy a aprovechar, pero sobre todo lo voy a disfrutar.
Y comenzaré…
Por lograr que este héroe se vaya a volar.

Guillermo Sfiligoy

Aventurero, explorador e impulsor que acompaña a expandir el potencial de las personas, porque cree en quienes se esfuerzan con pasión y convicción por un mundo mejor

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